No es la primera vez que me adentro en los pasadizos
secretos de El Corte Inglés, y espero que no sea la última.
La vida del estudiante, como todos ya sabemos, es muy dura…
Eso de tener tres horas de clase diarias es muy estresante. Si a eso le sumamos
las horas en la cafetería y las cañas tiradas de precio, las fiestas
universitarias y los planes de última hora vemos que nuestro bolsillo se
desgasta poco a poco. Y yo, por muy Chincheta Dorada que sea me tengo que ganar
un dinerillo extra como todo hijo de vecino.
La satisfacción de poder irme de viaje, o de compras sin
tener que mirar lo que gasto es una sensación inigualable. Solamente comparable
a lo que se siente cuando te tomas tu helado favorito, te ríes hasta que se te
salen las lágrimas, duermes hasta que te duele el cuerpo o ves un amanecer.
Comenzaré desde el principio.
Esta vez trabajo para la firma de cosméticos Lancôme, de
sobra conocida por todos. Y mi labor es básicamente reclutar a señoras con
semblante de compradoras compulsivas, o adictas a los cosméticos; o aburridas
adineradas; para que se hagan un tratamiento de belleza con el nuevo sérum que
dura siete minutos; y después intentar encasquetarles los productos utilizados.
Mi experiencia, grata en algunos momentos; y
desilusionante/desesperante en otros tantos no tiene ningún tipo de
desperdicio…
Pues bien, para empezar, el tratamiento son siete minutos,
no pueden ser ni cinco ni diez. Siete. Además tengo que entregar unas
“invitaciones personales e intransferibles” para que se hagan el tratamiento,
como si las estuviese invitando a la fiesta de la Preysler.
Marketing del puro para atraer a la clienta.
En mis momentos de reflexión esta cabecita piensa mucho, y he
llegado a la conclusión de que las palabras dicen mucho.
Si nos dicen cinco minutos parecerá una cutrada tremenda ese
“tratamiento de belleza rejuvenecedor”;pero si dicen diez ya las señoras se
asustan por si es demasiado, pudiendo emplear la famosa excusa del
no-tengo-tiempo; o me-pillas-con-prisa-bonita…
Sin embargo si decimos siete minutos parece que el
tratamiento esté estudiadísimo; calculado matemáticamente para que cada poro de
la piel quede impregnado del sérum milagroso. Aunque después la maquilladora
tarde lo que le sale de las narices, si le apetece irse a fumarse un cigarro
tardará cinco. Y si se aburre tardará diez. Pero en la invitación pone siete, y
aunque estemos un cuarto de hora dale que te pego en nuestra mente tendremos el
siete estampado. Lo que es la mente humana y las idioteces que logran vendernos…
Pero minutos aparte, la odisea viene cuando tengo que
interceptar cual urraca a las señoras. La empresa se ha modernizado y eso de
estar parada en el stand ya no se lleva no, hay que recorrerse toda la planta
una y otra vez… Los primeros minutos, como si de la caza se tratase, tengo que
ojear el terreno, ver que hacen las susdichas. Me paseo sigilosamente viendo si
compran o si no compran, si parecen simpáticas o no… Cuando ya he calentado
motores empiezo, aunque sin mucho éxito, pues a las 11 de la mañana de un sábado
todavía no hay mucha gente. Las horas claves son las 12 y media y la 1 de la
tarde.
Cuando ya localizo a la damisela, por llamarla de algún
modo, me acerco muy alegremente. Al principio les decía algo así como “ Buenos
días señora, estaría interesada en…? Y en ese momento me cortan, me dicen que
no y se van. Muy simpáticas todas.
He descubierto que la simpatía de las señoras es
directamente proporcional a sus kilitos de más. Cuanto más gordita sea, más
simpática es; si es muy delgada y arrugada, me da muy mala espina.
A las que tienen cara de despistadas me las lío en un
segundo; las que van con sus maridos ni de coña. Y las que llevan abrigos de
vison tampoco me hacen ni puto caso.
También están aquellas a las que les dices con tu mejor
sonrisa un “Hola!” y te responden con un adiós; o las que te cuentan que no
llegan a fin de mes, las que no tienen tiempo porque su cuñada del pueblo viene
a cenar esta noche… En fin hay de todo.
Pero si a estas mismas señoras a la que me he acercado antes las atrapo de
nuevo y les digo: “Buenos días señora, tengo el placer de invitarle a un
exclusivo tratamiento de belleza de siete minutos en Lancôme”…Entonces no lo
dudan un segundo. Prometo que he hecho la prueba con la misma señora… Otro
truco que empleo es el de acercarme a grupitos de amigas, ya maduritas y
soltarles un rollo sobre el producto de mi propia cosecha. La mayoría salen
encantadas…
Y sólo sirve para ratificar más todavía lo fácil que es
manipular la mente humana.
Podría hacerse un estudio sociológico con esta cuestión;
cómo un sencillo cambio en el discurso cambia en un momento la voluntad de la
gente.
Otro aspecto del que voy a hablar son los descansos. En
teoría no tenemos, pero la pausa para ir al baño puede prolongarse un cuarto de
hora…
Lo de tener que merodear por la planta de cosmética durante
cuatro horas es horrible.
Horrible.
Para una compradora compulsiva como yo es cómo si me dan un
dulce que no puedo comer; me quedo con la miel en los labios.
Bueno en realidad no.
El otro día me compré un reloj al que le había echado el ojo
desde hacía un tiempo. Fue mi regalo de Navidad atrasado que me hice, porque sí
porque me lo merezco.
Y hoy… hoy ha caído un set de jabones de baño de Sephora
ideal y una paleta de sombras…
Como veis mis paseos dan para mucho; me da tiempo a
enganchar a las señoras (y tener over
booking en el stand), a tomarme un cafelito, y a ponerme al día en los
últimos cosméticos y darme algún caprichito. La mañana da para mucho, y me
parece que este trabajo no está hecho para mí. Ya que creo que voy a perder
dinero incluso…
Pero bueno, así es la vida.
Siempre podré llevarme a casa un par de muestras del sérum
milagroso…
Una pena haberme perdido tus aventuras, prometo asistir a la segunda parte si la hay.
ResponderEliminarEn cuanto a tu categorización de las posibles compradoras no puedo estar más de acuerdo.
Una vez más, me ha encantado leerte ;)
Me encanta leer lo que escribes! Muy bonito todo! Un besito preciosa!
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